domingo, abril 10, 2011

Interestatal 60 (Interstate 60: Episodes of the Road)

Interstate 60 (2002), proyecto personal de su guionista y director Bob Gale, acabó por convertirse en un producto destinado directamente al mercado del vídeo doméstico. Es así que esta deliciosa película familiar, prima lejana de Regreso al Futuro (que Gale guionizó junto a Zemeckis) ha caído en el olvido casi por completo, siendo muy pocos quienes han tenido la suerte de encontrársela en algún pase televisivo.


El protagonista Neal Olivier (James Marsden) es el clásico adolescente de buena familia, confuso, indeciso y con inquietudes artísticas, que busca una respuesta sobre qué hacer con su vida. La aparición de O.W. Grant (un extraño personaje que concede deseos, interpetado por Gary Oldman) le conducirá a un viaje por inexistente la autopista Interestatal 60, en el que Neal espera encontrar a la chica de sus sueños y dónde tendrá oportunidad de conocer a los más variopintos personajes.

Deudora de aquellos Cuentos Asombrosos televisivos, la película hace gala en su inicio de un buen número de tópicos y personajes que parecen haber sido bosquejados con cierta prisa y desapego
– sobre todo el protagonista y su familia - . Pero la trama posterior es terriblemente entretenida y se adivina en ella el germen de una historia realmente potente, si se hubiera trabajado un poquito más.

A través del viaje por carretera (fácil metáfora de su viaje interior hacia la madurez) Neal se convierte en protagonista de diversas microhistorias bastante originales ubicadas en pueblos ficticios dis
eminados a lo largo de la ficticia autopista. Conocerá a un ex–publicista que no tolera las mentiras, será detenido en un pueblo donde solo hay abogados, alternará con un anciano que no puede parar de comer (tiene un agujero negro en su estómago) y vivirá otras muchas situaciones enrevesadas. Todas ellas encierran una moraleja que le servirá en su futuro.

La pe
lícula no oculta sus cartas y en - casi - ningún momento pretende ser más de lo que es. Bob Gale hace gala de un acertado pulso narrativo y unos diálogos divertidos, aunque a veces no puede evitar usar sus personajes para exponer un discurso ideológico/metafísico, que se queda en una políticamente correcta crítica social. Asimismo, Gale logra dotar al film de una atmósfera mágica y mitológica gracias a elementos como esa autopista que no figura en los mapas, el misterioso paquete que Neal debe entregar o los pueblos que atraviesa en su viaje (una suerte de microuniversos surrealistas con leyes propias).

El cinéfilo también disfrutará la presencia de algunas estrellas de la gran pantalla; eso sí, en papeles de no más de 5 minutos. Junto a Oldman, Kurt Russel, Michael J. Fox, Christopher Lloyd o Chris Cooper se entregan alegremente a la causa, exprimiendo al máximo su vis cómica sin preocuparse mucho por el peso o la relevancia de su personaje. Gracias a ellos, la rematadamente mala actuación del sosainas de James Marsden queda compensada a lo largo de la hora y media que dura el enredo.

El misterioso paquete se revela finalmente como un McGuffin que no servía para otra cosa que para dar pie a los pequeños episodes of the road que conforman Interestatal 60, una película que si bien no es redonda, se ve con el mismo agrado que cualquiera de esas antiguas producciones de Spielberg.

martes, abril 05, 2011

Los Inmortales (1986)

Los Inmortales (The Highlander) se estrenó a mediados de una década en la que creatividad, comercialidad y calidad se fundían en un sólido abrazo. Siguiendo la senda de George Lucas y Steven Spielberg, muchos directores y guionistas probaron suerte en el género fantástico, con resultados irregulares.

Con un presupuesto de 16 millones de dólares, y dirigida por el novato Russel Mulcahy (que venía de la publicidad y el videoclip), The Highlander tenía a su favor una banda sonora compuesta - parcialmente - por Queen y la presencia de una estrella de la talla de Sean Connery. La cosa no pintaba mal, y en efecto, su éxito posterior dio lugar a una franquicia que explotó el mito durante cuatro películas, una serie de televisión y algún videojuego.



No se trata de una película demasiado original; de hecho es una de las muchas revisiones del mito iniciático del héroe, su maduración, su aprendizaje y su gesta o combate final. Un escocés llamado Connor McLeod perteneciente a una rara estirpe prácticamente invencible - tan solo mueren si son decapitados - debe enfrentarse al último de sus oponentes, un sanguinario y brutal guerrero Kurgan para librar al mundo de una nueva era de oscuridad, y así obtener lo que llaman El Premio (cuyo significado conoceremos al final). Quiero creer que la película funciona tan bien debido precisamente a esta trama universal que se remonta la epopeya clásica.

Los atractivos no son pocos, y en general, la película resiste sorprendentemente bien el paso del tiempo. Ya hemos mencionado una historia universal que funciona a varios niveles; añadamos al cóctel una bellísima fotografía de Gerry Fisher y un cuidado diseño de producción de Allan Cameron. El responsable del vestuario es James Acheson (Spiderman) en lo que se me antoja un trabajo precursor del realizado años después para Baveheart (antes de Los Inmortales, las faldas a cuadros escocesas lucían extrañamente coloridas e impolutas incluso en el campo de batalla).

No menos atractiva es la presencia de Connery, encarnando la aquetípica figura del maestro, quien dice trabajar al servicio del rey Carlos V de España y llamarse Juan Ramírez Sánchez Villalobos (muy español, sin duda). Connery fue la primera elección para interpretar a Connor McLeod, pero por su edad, le fue atribuído el personaje de Ramírez, recayendo el papel principal en un soso Christopher Lambert, quien no tiene nada que hacer, interpretativamente hablando, al lado de su - en todos los sentidos - maestro.

Había química, no obstante, entre aquel francés interpretando a un escocés, y el escocés que interpretaba a un español, y la película alcanza sus mayores cotas de emoción en la hermosa (aunque manida) secuencia del adiestramiento, rodada en el imponente paisaje natural de las Tierras Altas de Escocia y aderezada con una épica partitura de Michael Kamen.

Desgraciadamente, Los Inmortales pronto incurre en ciertos ochentismos de la peor calaña, siendo lo más decepcionante algunas secuencias que transcurren en la actualidad (en los ochenta, vamos). El a priori emblemático paisaje de Nueva York es retratado sin el menor rastro de su grandeza (bien podría tratarse de Chicago o Detroit), y es en esta ciudad impersonal dónde la última parte del film se alarga hasta el aburrimiento, incluyendo una absurda secuencia con el Kurgan conduciendo temerariamente y provocando varios accidentes automovilísticos.

El Kurgan (Clancy Brown) es el personaje peor tratado de la película, quedando reducido a un esperpento cyberpunk sin una motivación real. Con todo, la escena de la catedral es tan delirante y absurda que es imposible no soltar una tímida sonrisa de complicidad.

Sin embargo, el conjunto es notablemente superior a la media de las pelis de aventuras que superpoblaron las salas de cine durante los años ochenta. Hay unas transiciones visuales genialmente elaboradas para las elipsis narrativas; un pulcro diseño de producción y algunos momentos en que la historia nos cautiva por completo. La arrebatadora presencia de Sean Connery eleva cualquiera de sus escenas a una dimensión superior, haciendo creíbles las parrafadas épicas que el guionista Gregory Widen puso en su boca.

Estamos al fin y al cabo ante un guión sólido y sin fisuras, que como el de Star Wars; A New Hope está reducido a la esencia del storytelling sin resultar pretencioso y cumpliendo con la espectativa del puro entretenimiento, sin ser por ello deleznable o superficial.

¡Sólo puede quedar uno!

lunes, abril 04, 2011

A través del Tiempo (Quantum Leap)

A través del tiempo, o Quantum Leap (1989/93) en su versión original, era una serie de televisión norteamericana, protagonizada por Scott Bakula y Dean Stockwell, que narraba las aventuras del doctor en física Sam Becket (Scott Bakula, a quien pudimos ver también en American Beauty), que atrapado en el continuo espacio temporal, se veía abocado a saltar de un tiempo a otro, encarnándose en el cuerpo de distintas personas del pasado. Cuando se miraba al espejo, veía el rostro del tipo a quien suplantaba. La serie estaba producida por Donald P. Belissario (Magnum y JAG Alerta Roja). En EE.UU. la emitió la NBC, en España los canales autonómicos (yo la seguía a través de Canal Sur).


Al comienzo de la serie, Sam se metía en el acelerador de partículas cuánticas - un dispositivo desarrollado por él y su equipo científico - y desaparecía en el tiempo. En su época, algo va mal y los ingenieros del proyecto no lo pueden traer de vuelta, pues Ziggy (así llaman a la máquina del tiempo) toma el control, determinando que Sam debe viajar por el tiempo, con la responsabilidad de arreglar pequeños desastres de un pasado reciente; nunca grandes eventos históricos, sino pequeños dramas familiares, asesinatos o muertes. Por tanto, Ziggy parece haber cobrado entidad propia y raciocinio, determinando qué épocas y qué desgracias es preciso enmendar, y transportando a Sam a través de la Historia cada vez que termina con éxito una misión.

A pesar de su carácter autoconclusivo - casi es un alivio que no te obliguen a tener que ver todos los episodios - la serie tenía aspectos lo suficientemente originales y divertidos para fidelizar a un público anterior a la era digital. Y es que además de las situaciones cómicas o embarazosas a las que los viajeros temporales se ven expuestos (cierta torpeza para pasar desapercibido en una época ajena a la suya, o la responsabilidad de no interferir en la Historia) se le unían otras no menos divertidas provocadas por la dinámica argumental de la serie, que exigía que en cada viaje, Sam se encarnara en el cuerpo de una persona en concreto. Así, aunque el Dr. Becket siempre era interpretado por el mismo actor (Scott Bakula), su rostro ante el espejo era distinto cada vez.

En cada viaje, la personalidad de Sam Beckett se fundía parcialmente con la del sujeto encarnado, y en esto hay que reconocerle a Scott Bakula un excelente trabajo actoral y de mímesis, interpretando con con sinceridad personajes tan complejos como una mujer maltratada, un esclavo negro de Carolina del Sur, o incluso al mismísmo John Lennon. Hay que decir que Bakula es también un cantante más que aceptable, facultad que fue explotada muchas veces en la serie.


En el trasfondo de estas historias siempre se encontraba una moraleja cargada de humanidad y buenas intenciones, que hacía de Sam la encarnación - nunca mejor dicho - del mito del héroe desde una perspectiva futurista (retro-futurista, hoy). Se ensalzaban valores como la amistad, la tolerancia, la comprensión, el abolicionismo y el antibelicismo, desde un enfoque quizás algo naïf, pero honesto y convincente, buscando así ser un retrato de la historia reciente de América, muy al estilo del Forrest Gump de Zemeckis, por ejemplo.

Todo héroe necesita un escudero, que aporte algo de racionalidad y pragmatismo a su temperamento pasional y que funcione también como alivio cómico. Todo esto lo encontraba Sam en su inseparable compañero Albert Calavicci (magníficamente interpretado por Dean Stockwell), responsable militar del proyecto, mujeriego, pendenciero y sarcástico. Albert (o simplement Al) interpretaba los datos y la "voluntad" de Ziggy, y podía comunicarse con Sam proyectándose a través del tiempo como un holograma neurológico, al que sólo Sam podía ver y oir.

Quantum Leap es una serie a reivindicar,
con un mensaje alentador, una interesante trama de ciencia ficción y un cuidado estilo visual, (no es cosa fácil ni barata representar con exactitud tantas épocas o lugares históricos). Los incansables Sam y Al, se ganaron nuestros corazones durante los primeros años noventa y a día de hoy la serie se mantiene fresca y joven, como demuestra el reciente lanzamiento de las cuatro temporadas en DVD.